Aún recuerdo a principios de esta década cuando empecé a trabajar en el sector de las telecomunicaciones, se me encargó preparar un artículo sobre el robo de celulares en Latinoamérica. Debido a aquel artículo, una agente de la Interpol en Colombia contactó conmigo para pedirme información sobre el asunto ya que había una importante preocupación sobre este tema. Y estamos hablando de dispositivos que en aquella época tenían pantalla en blanco y negro, y sólo permitían llamadas de voz y, en el mejor de los casos, el envío y recibo de SMS.
En las últimas semanas nuestra redacción no ha parado de reportar sobre este asunto que lleva años sin solucionarse. Por un lado, se intentó frenar el hurto obligando a los usuarios a censar sus teléfonos prepago, situación que aún no podemos juzgar con precisión por ser muy reciente. Por otro, se intentaron crear mecanismos de bases de datos entre países para identificar a los dispositivos robados en un país que se intentaban conectar en otro.
Nada parece haber funcionado y los robos de celulares siguen su curso ya que cada vez son mejores y permiten hacer más cosas.
El dato curioso es el de Venezuela, que a finales de agosto anunciaba a través de Movilnet la venta de 1,2 millones de dispositivos fabricados por la fabrica estatal Vtelca, mientras que esta semana se nos comunicaba que en los últimos tres años se han robado en Venezuela 2,5 millones de dispositivos y que al mes, en la actualidad, se roban 110.000 unidades. Es decir, la producción anual de Vtelca.
El problema sólo puede seguir creciendo a medida que hay más usuarios y que los teléfonos son más sofisticados. Las respuestas para frenar este fenómeno no parecen haber funcionado y tampoco tenemos claro que haya mucha solución cuando, como dicen en Venezuela, hay gente capaz de matar por robar uno de estos aparatos.
