T-Mobile acaba de anunciar que ha roto un nuevo récord de velocidad de carga en su red 5G Advanced, alcanzando los 345 Mbps gracias a la combinación de MIMO 4×4, modulación 1024 QAM y agregación de portadoras. Una proeza técnica que en otro momento habría acaparado titulares durante días. Pero en 2025, después de más de dos décadas de anuncios similares, la pregunta ya no es cuán rápido puede ir una red móvil, sino qué sentido tiene seguir hablando de velocidad.
La industria de las telecomunicaciones móviles lleva más de 25 años anunciando con entusiasmo cada pequeño salto en las tasas de transferencia de datos como si se tratara del Santo Grial. La 3G prometía videollamadas y navegación fluida cuando aún se usaban teclados físicos en los dispositivos; la 4G trajo consigo el streaming y los memes en alta definición; y la 5G, desde sus primeros días, juró que cambiaría el mundo con latencia ultrabaja y conectividad ubicua. Pero entre promesa y promesa, los balances financieros de los operadores rara vez han reflejado ese entusiasmo técnico.
La introducción de la tecnología 3G y, posteriormente, la 4G/LTE, no siempre se tradujo inmediatamente en un éxito financiero rotundo para los operadores de telefonía móvil. En Japón, por ejemplo, el lanzamiento de la 3G por parte de NTT DoCoMo coincidió con un incremento inicial en los ingresos operativos. Sin embargo, las expectativas de rentabilidad a medio plazo se vieron rápidamente desafiadas. De manera similar, operadores pioneros en la implementación de 3G en otros mercados, como Hutchison en el Reino Unido, experimentaron significativas pérdidas operativas en sus primeros años. Incluso cuando se lograron aumentos en los ingresos con la introducción de tecnologías como HSDPA en Australia —caso de Telstra—, estos no siempre se reflejaron en mejoras sustanciales en los márgenes de beneficio.
La transición a 4G/LTE también presentó sus propios desafíos; un operador como O2 en el Reino Unido demostró públicamente la tecnología años antes de su lanzamiento comercial, en un contexto económico general complejo. T-Mobile en Estados Unidos se destacó al lograr un notable crecimiento en sus ingresos por servicios tras el despliegue de su red LTE, aunque este éxito se atribuyó en parte importante a una estrategia comercial innovadora que fue más allá de la mera velocidad de la red.
Lo que queda claro al revisar esta historia de avances técnicos es que la velocidad, por sí sola, nunca ha sido una variable suficiente para mejorar las finanzas de los operadores. Cada punto porcentual ganado en velocidad ha venido acompañado de inversiones colosales en espectro, infraestructura y marketing, en un juego en el que las reglas están cada vez más sesgadas a favor de las plataformas digitales.
YouTube, Netflix, TikTok, Zoom, Instagram y otras criaturas del ecosistema OTT florecen, en gran parte, gracias a la infraestructura que construyen y mantienen los operadores móviles —también a sus propias inversiones que no son menores tampoco—. La paradoja es cruel: cuanta más velocidad ofrecen las telcos, más valor generan para terceros y menos margen conservan para sí. El consumidor no percibe el esfuerzo, solo la experiencia. Y no está dispuesto a pagar más por un beneficio que considera dado.
Los récords de velocidad que T-Mobile celebra hoy con entusiasmo son, en muchos sentidos, ecos de un pasado que la industria debería superar. Porque la narrativa del “más rápido” ya no tiene poder de seducción. No cambia el comportamiento del usuario, no mejora el ARPU, no genera nuevos modelos de ingresos sostenibles. Y si no hay un modelo de monetización claro, ¿para qué correr?
El nuevo foco en velocidades de carga, más que de descarga, sugiere una intuición correcta: las aplicaciones emergentes como el gaming en la nube, la realidad aumentada o la carga instantánea de video podrían necesitar ese empuje. Pero aún no hay una masa crítica dispuesta a pagar por ello, y mucho menos a hacerlo a través de su operador móvil. Como en tantas otras ocasiones, el riesgo es que las telcos construyan la carretera para que otros vendan los autos, los peajes y hasta los souvenirs.
Mientras tanto, los reguladores y los operadores sigue discutiendo sobre el “fair share” y los ejecutivos de telecomunicaciones participan en paneles sobre modelos de negocio sostenibles que rara vez pasan del PowerPoint. La velocidad, convertida en obsesión, ha dejado de ser una solución, si es que alguna vez lo fue. Y si algo ha demostrado la historia, es que ningún operador ha logrado rentabilizar sistemáticamente sus récords. T-Mobile puede presumir del podio técnico. Pero en la carrera por los ingresos, la línea de meta sigue sin cruzarse, y ya va siendo hora.