En el competitivo y tradicionalmente prudente mundo de las telecomunicaciones, donde las grandes transformaciones suelen tomar años y rara vez hay rupturas súbitas, el anuncio conjunto de Ericsson y Google Cloud sobre la llegada del core 5G como servicio bajo demanda marca, sin duda, un paso relevante hacia la famosa cloduficación de la red.
Durante décadas, el core de la red móvil fue gestionado casi como un activo sagrado; los operadores lo alojaban en sus propios centros de datos y defendían la importancia de la fiabilidad, la baja latencia y el control absoluto como pilares de la calidad de servicio. Sin embargo, la búsqueda de eficiencia, rapidez para lanzar servicios y una presión cada vez mayor sobre la rentabilidad han comenzado a desafiar esa ortodoxia.
El nuevo core “as-a-service” de Ericsson On-Demand, desplegado sobre la infraestructura global de Google, plantea una propuesta en la que la provisión ocurre en minutos, el pago está estrictamente vinculado al uso y la operación la asume un equipo especializado de Ericsson. El mensaje oficial es claro: la solución elimina complejidad, acelera la innovación y permite a los operadores escalar y lanzar servicios a un ritmo antes inalcanzable.
A pesar del entusiasmo de los proveedores, la industria en su conjunto observa estos anuncios con una cautela aprendida tras años de promesas de cambio que han resultado más lentas de lo esperado. Los datos de despliegue global muestran que, a mediados de 2025, la adopción masiva del core 5G SA seguía siendo limitada, con la mayoría de los operadores prefiriendo mantener su core en instalaciones propias y la nube pública ocupando aún un lugar marginal.
El modelo dominante es, de hecho, una arquitectura híbrida donde los elementos más críticos y sensibles permanecen bajo control del operador, mientras que otras funciones empiezan a migrar gradualmente hacia la nube, buscando equilibrar eficiencia y flexibilidad sin ceder soberanía ni control sobre los datos.
La experiencia de los pioneros en Europa, por ejemplo, deja claro que la migración del core a la nube pública está lejos de ser automática. Si bien existen casos de operadores que han llevado parte de su core a plataformas de hyperscalers como AWS o Google Cloud, la mayoría de las implementaciones reales han terminado por adoptar esquemas híbridos, combinando infraestructura propia con componentes en la nube y asegurando que las funciones que gestionan el tráfico más voluminoso y sensible, como el plano de usuario, permanezcan geográficamente cerca del cliente y bajo supervisión directa. El argumento subyacente es que eficiencia y soberanía pueden convivir, pero requieren una arquitectura inteligente y acuerdos a medida para cada mercado.
En este contexto, el movimiento de Ericsson no debe interpretarse como una ruptura abrupta con el pasado, sino más bien como la confirmación de que el modelo SaaS para el core de red se está consolidando como una opción viable en el portafolio de los grandes proveedores, aunque con límites claros en el corto plazo.
La propia compañía sueca reconoce en su comunicado que On-Demand no está diseñado para sustituir de inmediato los cores principales de los grandes operadores, sino para complementar, acelerar pilotos, permitir despliegues temporales y facilitar la entrada en nuevos segmentos sin la necesidad de grandes inversiones iniciales.
Esta flexibilidad resulta especialmente atractiva para operadores más pequeños, mercados emergentes o casos de uso donde el time-to-market y la escalabilidad dinámica son prioridades claras.
Sin embargo, la arquitectura propuesta también deja al descubierto nuevas formas de dependencia tecnológica. Al estar profundamente optimizada para Google Cloud, la solución, al menos en su etapa inicial, no es inherentemente multicloud ni fácilmente trasladable a otras plataformas sin un esfuerzo adicional considerable.
Esto contrasta con las plataformas de orquestación basadas en Kubernetes, como Red Hat OpenShift, que están diseñadas precisamente para ofrecer agnósticismo de infraestructura y mitigar el lock-in, permitiendo a las funciones de red ejecutarse en múltiples nubes —públicas, privadas o en el borde—.
Así, para los operadores, el debate se mantiene vigente: ¿se prioriza la eficiencia máxima que puede ofrecer una optimización profunda con un único hiperescalador, o la flexibilidad y portabilidad que brindan las plataformas estandarizadas, aunque ello pueda implicar compensaciones en el rendimiento o el modelo de servicio?
Otro factor que limita una migración acelerada hacia el modelo cloud puro es el regulatorio. Por mucho que la nube prometa elasticidad y ahorro, las exigencias legales y de soberanía de datos siguen obligando a muchos operadores a mantener, al menos parcialmente, sus infraestructuras en territorio nacional y bajo estricta supervisión. Los operadores más avanzados han señalado reiteradamente que el cumplimiento de las reglas locales será siempre la condición ineludible para cualquier avance en la externalización del core.
Lo cierto es que el anuncio de Ericsson y Google Cloud cristaliza una tendencia difícil de revertir: el core móvil, históricamente gestionado como un bien intocable, comienza a transformarse en un servicio flexible, escalable y, al menos en parte, consumible bajo demanda.
La industria se mueve hacia una era donde lo propio y lo ajeno, lo físico y lo virtual, convivirán en arquitecturas híbridas, federadas y cada vez más integradas con el ecosistema de los grandes proveedores cloud. Los operadores que pretendan mantener una estrategia completamente aislada corren el riesgo de perder agilidad y velocidad de respuesta frente a competidores más adaptativos.
Lo que está en juego es mucho más que una transición tecnológica, es la definición misma del modelo operativo y competitivo de los operadores para la próxima década. El salto será gradual, pragmático y estará lleno de matices, pero la dirección es clara y el futuro del core de la red móvil será, por diseño, mucho más abierto, flexible y dependiente de alianzas inteligentes con el mundo cloud, y punto.