Hay un viejo mito en las telecomunicaciones que asegura que las redes algún día se gobernarán a sí mismas, sin intervención humana, como una especie de utopía automatizada. En la edición 2025 del DTW Ignite, bajo el improbable sol de Copenhague, Howard Watson, chief security and networks officer de BT Group, se encargó de dinamitar esa narrativa. En una entrevista concedida a TelecomTV, Watson desmontó con pragmatismo cualquier visión mesiánica: la autonomía absoluta es una quimera, y el futuro será, como mucho, una suma de etapas y zonas grises.
BT no busca el “milagro” de una red que funcione por sí sola de la noche a la mañana. Su enfoque se puede resumir en tres palabras: intención, inteligencia y orquestación. Primero se capta la intención del cliente—individual o colectiva—, después se interpreta esa intención con inteligencia artificial (IA) y, finalmente, se traduce en acciones de red mediante orquestación automatizada. El resultado, sostiene Watson, es menos épico pero mucho más creíble con automatización sin magia, autonomía “por capas”, y humanos siempre en el bucle, aunque sea supervisando de lejos.
En este marco, BT avanza en dos direcciones clave. La primera, la automatización de la provisión de servicios a partir de la intención detectada—sin intervención manual, ni siquiera de teclado—. La segunda, el desarrollo de lo que denominan un “dark NOC” que es un centro de operaciones de red que utiliza GenIA para identificar patrones y anomalías en tiempo real, recomendando acciones correctivas e, idealmente, habilitando la autocuración. Pero Watson advierte ¿Vamos a sacar totalmente al humano del circuito? Probablemente no, y desde luego no en mucho tiempo.
En la práctica, BT reconoce que el fundamento de todo este avance hacia redes autónomas reside en la gestión del dato. Tras años operando con silos y almacenes dispersos, la compañía apostó por centralizar toda la información de clientes y de red en Google Cloud, en un movimiento audaz que, según explicó Watson, puede que se haya hecho demasiado rápido.
Ahora, la prioridad es aprender a catalogar, curar y mantener actualizados esos datos para que realmente sean utilizables en los proyectos de autonomía y orquestación inteligente de la red. Esta experiencia refuerza la lección de que ningún proceso de digitalización está exento de tropiezos, incluso para los gigantes del sector.
No obstante, esta concentración de datos comienza a mostrar su valor. BT ha empezado a utilizar analítica avanzada para extraer nuevas oportunidades, desde la hiperpersonalización de ofertas hasta la anticipación de necesidades de los clientes empresariales.
Pero la verdadera revolución se está dando puertas adentro ya que más de 48.000 empleados usan herramientas de IA y GenIA a diario—muchas de desarrollo propio, algunas basadas en modelos open source como Llama y Mistl—y cerca del noventa por ciento de sus aplicaciones de terceros ya incorporan IA.
La consigna de BT es dejar florecer la innovación interna, con “barandillas” para la confidencialidad, y luego convertir esa experiencia en producto para clientes empresariales y sector público. Una estrategia que combina apertura bottom-up y control top-down, propia de quien sabe que la improvisación es cara, pero la burocracia es mortal.
Todo este avance digital ocurre, inevitablemente, bajo la sombra alargada de la ciberseguridad. El reciente incidente en SK Telecom y los ataques de Salt Typhoon a operadores y grandes retailers en Reino Unido han puesto el sector en guardia. Watson es tajante y se debe asumir que siempre habrá una brecha, por eso la prioridad es la detección temprana, la reacción rápida y la segmentación de los ataques. BT presume de ser un gran usuario de CrowdStrike y de haber logrado contener incidentes gracias a sus capacidades de detección, pero Watson reconoce el temor permanente y lo que le quita el sueño es despertarse y ver un mensaje que diga “Howard, tenemos un problema serio”.
Aquí es donde el discurso tecnológico se vuelve filosófico. BT ha optado por cifrado hardware extremo para los datos críticos, de modo que, aunque se produzca una filtración, los datos extraídos sean prácticamente imposibles de descifrar. La colaboración con el National Cyber Security Centre británico es continua, compartiendo aprendizajes tras cada gran incidente internacional.
¿Y el siguiente gran reto? La amenaza cuántica. Watson no se anda con rodeos: no hay que esperar a que los ordenadores cuánticos estén disponibles comercialmente, los ciberdelincuentes tampoco lo harán. BT ya opera redes metropolitanas seguras con distribución de claves cuánticas —en colaboración con Toshiba— y señala que el sector financiero, especialmente bancos como HSBC, está liderando la adopción. Pero el resto de la economía parece menos convencido. La tecnología existe, pero la demanda masiva todavía no. Ironías del mercado y a veces parece que la seguridad es una solución en busca de un problema.
BT, fiel a su reputación británica, descarta tanto el catastrofismo fácil como la utopía tecnológica. Prefiere un pragmatismo sin glamour: avanzar en autonomía, pero con pies de plomo; innovar en IA, pero sin perder el control; blindar la seguridad, sabiendo que el riesgo cero no existe.
El mensaje es claro: la próxima década será la de los operadores que aprendan a vivir con la incertidumbre, y a dominarla.