Orange France y Samsung anunciaron la realización de las primeras llamadas 4G y 5G sobre una red virtualizada y abierta (vRAN y Open RAN) en una ciudad del suroeste francés. Lo presentaron como un hito, como el inicio de una nueva era de redes más abiertas, ágiles y diversificadas.
Pero detrás de los comunicados bien pulidos y de las fotos de laboratorio con fondo azul, lo que realmente se juega en este anuncio no es una revolución inminente, sino la confirmación de que la evolución hacia Open RAN —al menos para los operadores con red heredada— será un proceso lento, condicionado y lleno de matices.
El comunicado destaca la madurez técnica de Samsung, los beneficios del software de automatización CognitiV, y la capacidad de integración multibanda de sus radios. También subraya que esta prueba de campo es parte de la estrategia de Orange para diversificar su ecosistema de proveedores y avanzar hacia una arquitectura basada en software.
Todo esto es cierto, pero también incompleto. Porque si bien Orange ha sido uno de los operadores europeos más vocales en favor de Open RAN desde 2018, ha dejado igualmente claro que su despliegue será “gradual”, “cauteloso”, y que cualquier transición en una red brownfield implica un reto operativo que no se resuelve con marketing.
No es la primera vez que Orange trabaja con Samsung en este terreno. Ya lo hicieron juntos en Rumanía, en una red compartida con Vodafone, también Open RAN, también con radios de Samsung, servidores de Dell y cloud de Wind River. Esa experiencia sirvió para validar la interoperabilidad en campo, pero en condiciones cuidadosamente controladas y lejos del entorno urbano de alta densidad que supone el verdadero test para la tecnología.
Francia representa, en ese sentido, una evolución del ensayo, pero sigue siendo un experimento limitado porque no hay un despliegue masivo en el horizonte inmediato. De hecho, el propio operador ha dejado claro que no lo habrá antes de 2027, como mínimo.
Este tipo de iniciativas —presentadas como pasos firmes hacia la apertura— deben leerse también como movimientos estratégicos en un ecosistema de proveedores que se ha vuelto cada vez más cerrado y concentrado. Con Huawei vetado en gran parte de Europa, y Nokia y Ericsson repartiéndose la mayoría del mercado RAN, los operadores necesitan crear la percepción de que hay alternativas.
Y Samsung, que históricamente era un actor periférico en este juego, ha sabido posicionarse como ese tercer proveedor confiable que puede introducir competencia sin sacrificar rendimiento ni estabilidad. En ese sentido, el piloto en Francia no es solo una validación técnica, es una carta de presión comercial ante futuras licitaciones de renovación de red.
Pero más allá de las intenciones, los hechos pesan. Orange no ha abandonado sus proveedores tradicionales. Sus laboratorios han probado soluciones de Ericsson y Nokia junto a las de Samsung. Su directora de innovación en radio ha dicho abiertamente que, en una primera fase, las soluciones preintegradas con grandes proveedores pueden facilitar la transición. Y ha advertido que la adopción de Open RAN exige una reconversión interna importante con nuevos procesos, nuevas habilidades, nuevas formas de operar una red.
Todo esto es costoso, lleva tiempo y no se improvisa. La realidad es que, hoy por hoy, ni Orange ni ningún operador incumbente europeo está implementando Open RAN a escala. Lo están explorando. Lo están domando.
Esto no significa que Open RAN sea humo. Significa que no es magia. La experiencia de los greenfield como Rakuten, Dish o 1&1 ha demostrado que Open RAN puede funcionar si se construye desde cero, si se tiene el control total de la arquitectura, si se tolera el riesgo y si se asume el costo de equivocarse.
Pero Orange no puede darse ese lujo. Tiene millones de usuarios, infraestructura desplegada durante décadas, dependencias múltiples, contratos vigentes y una reputación que proteger. Para un operador así, cada paso hacia Open RAN es quirúrgico, cada piloto es una simulación del día en que esa red abierta tenga que atender a millones de usuarios —y dispositivos IoT— sin fallar.
En este contexto, el anuncio con Samsung debe leerse como lo que realmente es: un mensaje de posicionamiento más que un punto de inflexión. Sí, es un avance. Sí, es una señal de madurez de ciertas soluciones. Pero no cambia la lógica fundamental del despliegue y Open RAN será parte del futuro de Orange, pero aún no es su presente.
De hecho, muchos de los beneficios prometidos —reducción de costos, eficiencia energética, mayor resiliencia— siguen siendo estimaciones a largo plazo. En el corto, los desafíos siguen pesando más que las ventajas. La integración multivendor no es sencilla, la interoperabilidad aún requiere ingeniería artesanal, y la automatización con inteligencia artificial (IA) no resuelve todos los cuellos de botella.
Lo que sí cambia con este tipo de pilotos es la narrativa. Ya no se trata solo de lo que Open RAN podría hacer, sino de lo que ciertos actores —como Samsung— ya pueden ofrecer. Y eso importa. Porque en los próximos años, cuando Orange licite miles de estaciones base para renovar su red, este tipo de precedentes serán la diferencia entre entrar o no al juego.
Por ahora, la red abierta de Orange está en pruebas. El verdadero llamado aún no ha llegado. Pero cuando lo haga, quienes ya hayan pasado por Lyon, por Rumanía y por el suroeste francés tendrán una ventaja. Y eso, para Samsung, es mucho más que una llamada, es una oportunidad de mercado cuidadosamente cultivada.