Si el corazón de la economía digital late en los data centers, sus arterias se extienden por las profundidades marinas. Más del 99 por ciento del tráfico intercontinental —incluyendo transacciones financieras, videollamadas, inteligencia militar y flujos de datos entre plataformas digitales— depende de una red invisible de más de 570 cables submarinos. Sin embargo, como revela el reciente informe The Future of Submarine Cable Maintenance, producido por TeleGeography e Infra-Analytics para Suboptic Asociation, esta infraestructura crítica se sostiene sobre una base mucho más frágil de lo que el sector suele admitir.
El estudio advierte que mientras la inversión en nuevos cables no se detiene —con una proyección de 1,6 millones de nuevos kilómetros instalados hacia 2040— el ecosistema de mantenimiento que garantiza su funcionamiento se está quedando peligrosamente atrás. Para entonces, 850.000 kilómetros de cable serán retirados y, aun así, la red crecerá un 48 por ciento en longitud. Como consecuencia, se prevé un aumento del 36 por ciento en el número de reparaciones anuales. La pregunta es si contaremos con suficientes buques operativos y en condiciones técnicas para afrontar esta carga.
Según el informe, más del 60 por ciento de la flota actual de embarcaciones dedicadas al mantenimiento alcanzará su límite de vida útil para 2040. Peor aún: cinco buques clave deberán ser reemplazados en los próximos cinco años. La industria, sin embargo, muestra una preocupante falta de iniciativa para renovar estos activos estratégicos. A juicio de los autores del estudio, esto se debe a una mezcla de incertidumbre comercial, presión a la baja en precios por parte de los operadores, y los altos costos de construcción y operación de este tipo de naves.
Este déficit operativo es especialmente crítico en regiones como el Pacífico Suroeste, donde se concentra un volumen desproporcionado de fallos por causas naturales, pesca o anclas. El informe subraya que allí los buques ya operan con tasas de utilización superiores al 80 por ciento, generando colas de reparación que afectan directamente la resiliencia del ecosistema digital. Aumentar la flota implicaría costos adicionales, pero, como recuerda el estudio, la mayoría de los operadores consultados prioriza la rapidez de respuesta por encima del precio.
La situación adquiere otra dimensión al incorporar el ángulo geopolítico. De acuerdo con el informe, gobiernos como los de India, Japón y Australia ya han comenzado a explorar la creación de capacidades soberanas de reparación. La razón es evidente: delegar el mantenimiento de infraestructura crítica a buques extranjeros plantea riesgos inaceptables en un contexto de crecientes tensiones internacionales.
La Unión Europea, por su parte, reconoció recientemente que la escasez de buques representa un “cuello de botella mayor” en caso de ataques simultáneos a cables en distintas regiones. El estudio también destaca que Estados Unidos, a través del Quad y otras alianzas, está promoviendo la creación de capacidades regionales propias para reducir esta dependencia.
Aunque la gobernanza del mantenimiento se articula en torno a dos modelos —los acuerdos por consorcio y los privados— ninguno escapa al dilema estructural que plantea el envejecimiento de la flota. El informe documenta que, si bien más del 70 por ciento de los operadores se declaran satisfechos con el servicio actual, también reconocen que no creen que la flota existente pueda seguir cumpliendo su función durante los próximos quince años.
Los modelos de reparto de costos, tal como se describen en el estudio, trasladan los incentivos de inversión al operador del buque, que en muchos casos no cuenta con los márgenes ni la certidumbre suficientes para asumir esa carga financiera.
La fragmentación del ecosistema, según el informe, complica todavía más cualquier solución estructural. Los contratos rara vez se someten a licitaciones competitivas. Las zonas de mantenimiento suelen estar controladas por operadores con vínculos corporativos con los proveedores de buques, lo que dificulta una evaluación objetiva de alternativas. Y aunque los acuerdos permiten trabajos externos para compensar ingresos, estos no bastan para justificar inversiones millonarias sin una señal clara de sostenibilidad a largo plazo.
En este contexto, el informe plantea distintos escenarios. Desde mantener el status quo —con sus riesgos crecientes— hasta modelos de coinversión con vehículos de propósito específico (SPV, por sus siglas en inglés) que permitan combinar capital privado y público. También se evalúa la necesidad de rediseñar la distribución de flotas y depósitos de repuestos, sobre todo en regiones críticas. El estudio deja claro que sin un rediseño profundo del modelo operativo y sin un compromiso más directo de los gobiernos, el sistema actual difícilmente podrá sostenerse.
La comparación con otras infraestructuras críticas, como el gas o la electricidad, es inevitable. El informe concluye que los cables submarinos han alcanzado tal nivel de relevancia estratégica que deberían ser tratados con el mismo enfoque. Es decir, inversión anticipada, gobernanza multinivel y protocolos de contingencia robustos. La resiliencia digital global no puede depender de una flota obsoleta ni de acuerdos que ignoran el nuevo mapa de riesgos.
Seguir enterrando este problema bajo las olas ya no es una opción.