En una pequeña libreta de tapa azul, los trazos de lapicera iban y venían, ligeros y erráticos. Alrededor, los sacudones se acompasaban de un murmullo in crescendo, de entre el cual surgía alguna que otra exclamación. El ambiente no era de miedo, pero tampoco eran todo risas dentro de ese Boeing 747 con destino a Hong Kong. Corría el año 2002, plena Copa del Mundo de Corea-Japón, y al Jumbo aún le quedaban unos tres años como el avión de pasajeros más grande del mundo.
Un toque en el brazo interrumpió el garabateo. “Oye, ¿en qué estás tan concentrado? ¿No ves que estamos a punto de estrellarnos?”, dijo un periodista australiano que llevaba una borrachera de campeonato y en tono de broma. “¡No, hombre! No nos podemos estrellar porque acabo de dar con la fórmula para hacer viable TeleSemana”, respondió Rafael Junquera.
No es que Rafael Junquera, Rafa, fuera un experimentado pasajero aéreo. De hecho, siempre le tuvo mucho respeto a volar –que en años siguientes iría perdiendo a fuerza de aterrizar en distintas ciudades de América Latina–. Era periodista de una revista impresa del sector de telecomunicaciones y otra del sector de la energía, y había descubierto cómo podría hacer realidad TeleSemana. “Dicen que hay un momento Eureka; bueno, si lo hay, a mí me sucedió en medio de unas turbulencias terroríficas”, recuerda.
Rafa había sido invitado por Qualcomm para ver en primera persona la más reciente demostración tecnológica del momento: celulares con cámara, pantalla color y conectividad 3G CDMA EV-DO que permitían enviar fotos y videos por correo electrónico. Los teléfonos móviles habían emprendido un camino que ya no tendría vuelta atrás, pero lo que a Rafa le preocupaba era que, mientras las fotos y videos se comenzaban a transmitir por las redes celulares, las noticias continuaban viajando primordialmente en papel, durante semanas, especialmente en territorios vastos como el latinoamericano.
“En un evento, me acerqué al CEO de una filial (no recuerdo si de Perú o Colombia) de un grupo de telecomunicaciones italiano. Le entregué una revista, vi que la ojeó sin mayor interés y la dejó en un rincón. Pensé: ‘una de dos, o lo que leyó no le interesa nada, o todo lo que está en la revista ya lo ha visto y, por lo tanto, es obsoleto’”.
Ambas posibilidades modelaron el gen de TeleSemana: la línea editorial, y la agilidad en la entrega de los contenidos. Ese gesto fraguó la convicción de que el nuevo medio debía ser por Internet e incluir también tendencias de otras partes del mundo, que pudieran servir para extraer aprendizajes de lo que ocurría en América Latina.
Pero Rafa no tenía el capital ni los recursos para construir uno de esos nuevos portales de noticias costosos que estaban emergiendo, de la mano de los primeros gestores de contenido (CMS) que podían costar entre “20.000 y 30.000 dólares”, recuerda con resignación. Los trazos en esa libreta inmune a la agitación del Boeing 747 contenían la respuesta. Entre las nubes, había podido unir las partes y diseñar los procesos necesarios para que TeleSemana viera la luz, sin recursos, y con las tecnologías disponibles a comienzos de este siglo.
Con ayuda del otro Rafa –Rafael Romero, programador y primo del cofundador y director editorial–, se programó un script sencillo con una base de datos de registro que permitía a los lectores suscribirse al envío del primer TeleSemana (por aquel entonces Tele-Semana) en PDF. “El sistema era muy manual aún, y como algunos ya me conocían, pronto llegué a 5.000 suscriptores y saltaron todas las alertas de límite de capacidad del servidor. Tuve que poner más dinero cuando no tenía mucho para invertir y sin tener ningún ingreso proveniente de TeleSemana a pesar de la audiencia”.
Aquella libreta se extravió ya hace tiempo, junto con los temores a volar. Mientras tanto, TeleSemana comienza a transitar 2023, el año de su vigésimo aniversario.
