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El apagado progresivo de las redes 2G y 3G está resultando ser un proceso lento, desafiante y quirúrgico para la industria de las telecomunicaciones. Si bien implica desafíos técnicos y logísticos considerables, como la actualización de infraestructuras y la adaptación de dispositivos heredados, los beneficios potenciales son significativos. Este cambio permitirá liberar espectro para las redes más avanzadas, como el 4G y el 5G, mejorando la eficiencia del espectro radioeléctrico y posibilitando un acceso más rápido a servicios de datos más robustos y velocidades de conexión más altas para los usuarios. Aun así, el proceso requiere una transición cuidadosa para garantizar la continuidad del servicio y minimizar el impacto en quienes aún dependen de estas redes.