En apenas un año y medio desde su lanzamiento, el operador alemán 1&1 afirma haber superado los 10 millones de usuarios activos en su red 5G basada íntegramente en Open RAN, una cifra que, como se encargó de subrayar su CEO, equivale a toda la población de Austria. Con un ritmo de migración de hasta 50.000 clientes diarios, gestionado de forma remota y sin interrumpir el servicio, el operador celebra no solo un “éxito” comercial, sino un triunfo técnico como es demostrar que una red móvil enteramente abierta, virtualizada y distribuida puede escalar a nivel nacional sin derrapar en el intento.
Pero ¿cuánto hay de narrativa, cuánto de innovación y cuánto de sacrificio oculto tras este éxito aparente? En la industria móvil, donde las promesas de apertura, eficiencia y soberanía digital suelen llegar mucho antes que los beneficios reales, la red de 1&1 se ha convertido en el experimento más ambicioso de Europa. Y como todo experimento que desafía el statu quo, la pregunta no es si funciona, sino en qué condiciones, a qué coste y con cuántos parches invisibles bajo la alfombra.
La infraestructura que sustenta esta operación es, por diseño, radicalmente distinta. En lugar de apoyarse en un proveedor de red tradicional —como lo hace la mayoría de los operadores incumbentes— 1&1 construyó su sistema en torno a una arquitectura Open RAN pura con radios de múltiples fabricantes, software desacoplado, centros de datos distribuidos (279 activos sobre un objetivo de 500), y un core 5G operando sobre una nube alemana de alto rendimiento. La integración y orquestación corre a cargo de Rakuten Symphony, el spin-off del pionero japonés Rakuten Mobile, que exporta su modelo de red abierta como si fuese una plataforma de software replicable.
La promesa es tentadora: una red más barata, más flexible, más eficiente y menos dependiente de proveedores tradicionales. Según la propia empresa, su infraestructura es entre un 10 y un 30 por ciento más eficiente energéticamente que una red tradicional, está auditada periódicamente por organismos independientes como TÜV Rheinland, y es inmune a los riesgos de concentración tecnológica gracias a su independencia de fabricantes únicos, incluyendo un detalle políticamente sensible ya que 1&1 no usa equipos de Huawei.
El relato suena casi demasiado perfecto. Y como era de esperar, la realidad ha resultado algo más áspera. En 2024, una caída crítica de su red 5G —provocada por cuellos de botella en su arquitectura cloud-native— obligó a suspender temporalmente la migración de usuarios, revelando que la interoperabilidad multi-vendor no siempre es tan fluida como sugieren los comunicados.
Según medios alemanes, 1&1 habría exigido compensaciones millonarias a Rakuten Symphony por subdimensionar algunos componentes esenciales, un recordatorio de que en Open RAN, cuando algo falla, encontrar al culpable puede ser tan complejo como integrar la red misma.
Este episodio no solo expuso los límites de la arquitectura modular en entornos productivos, sino que puso en duda uno de los pilares del discurso Open RAN, el de que más proveedores equivalen automáticamente a más resiliencia y más control. En la práctica, 1&1 ha aprendido —como ya lo hizo Rakuten en Japón y DISH en Estados Unidos— que la apertura requiere un músculo de integración y gestión técnica que pocos operadores están preparados para asumir sin un socio tecnológico fuerte. Y que la independencia de proveedor no es sinónimo de independencia de problemas.
Con todo, el avance de 1&1 es real. Alemania ya cuenta con su primera red nacional de Open RAN operativa a gran escala, y el operador parece haber retomado la senda de la expansión tras superar sus problemas iniciales. La migración nocturna y silenciosa de millones de clientes desde redes de Telefónica y Vodafone —una operación quirúrgica a escala masiva— es un logro técnico que merece atención. Y aunque aún se apoya en acuerdos de roaming para complementar su cobertura, el despliegue de su infraestructura propia progresa en línea con los objetivos regulatorios.
La pregunta es qué implicaciones tiene esto para el resto del sector. ¿Es el modelo 1&1 replicable por operadores incumbentes? ¿O solo es viable para jugadores greenfield dispuestos a reinventar desde cero su forma de operar? Hasta ahora, los despliegues más exitosos de Open RAN —Rakuten, DISH, 1&1— han ocurrido en operadores nuevos, con margen de error, sin infraestructura heredada y con incentivos para romper moldes. En contraste, los grandes operadores históricos siguen coqueteando con Open RAN en despliegues piloto, sin comprometer aún su núcleo operativo.
No es casualidad. Los beneficios de costo y flexibilidad de Open RAN todavía deben ser ponderados contra su complejidad operativa, sus exigencias de integración y los desafíos de rendimiento en redes densas. La tecnología ha avanzado, pero sigue sin ofrecer paridad completa de funciones frente a las soluciones llave en mano de los grandes fabricantes. Y en un mercado donde una interrupción de red puede destruir años de reputación, pocos se arriesgan a innovar con bisturí en una sala llena de pacientes.
Así, el caso 1&1 demuestra que Open RAN puede escalar, pero también confirma que el éxito requiere más que voluntad tecnológica. Hace falta capital, tolerancia al riesgo, ingeniería de precisión y una disposición casi obsesiva a gestionar la complejidad. En otras palabras, no basta con abrir la red, hay que saber sostenerla abierta cuando empiezan a llegar los millones de usuarios.
Mientras tanto, la industria observa con una mezcla de admiración y escepticismo. Si 1&1 alcanza los 12 millones de usuarios a fin de año como promete, lo hará no solo como operador móvil, sino como una especie de laboratorio viviente. Un laboratorio que —a diferencia de tantos otros en telecomunicaciones— no se ha quedado en las presentaciones de PowerPoint, sino que ya funciona en la calle. Y eso, en sí mismo, es una noticia que importa.