¿Qué debe hacer Latinoamérica para garantizar el acceso justo a las tecnologías digitales?

Cuando hablamos de tecnología en Latinoamérica debemos reconocer la gran diversidad y complejidad del territorio, porque no sólo la gran variedad de configuraciones geográficas impone desafíos, sino porque también lo hacen sus característicos sabores, culturas y condiciones socioeconómicas. Y son las condiciones socioeconómicas, justamente, las que quiero destacar aquí, dada la gran asimetría que existe y que se puede observarse con claridad, por ejemplo, mediante el coeficiente de Gini o los índices de concentración de ingreso  y cuyo gráfico ilustra este artículo.

Es esta asimetría uno de los elementos determinantes al momento de ponderar la capacidad existente de acceso justo a tecnología: si no tenemos todos las mismas condiciones socioeconómicas para acceder a determinados productos o servicios, las soluciones de política pública no deberían tratarnos a todos por igual. Sería injusto.

Ahora bien, resulta sensato aclarar que cuando hablo de tecnología me refiero a las de conectividad, principalmente, digitales. En términos generales, la tecnología no es nueva, ni apareció a mediados del siglo pasado cuando arrancó la revolución de los transistores gracias a Bardeen, Brattain y Shockley, ni con los semiconductores que vinieron después. La tecnología, en sí misma, es el resultado de aplicar la racionalidad humana y ha acompañado a hombres y mujeres desde hace miles de años.

La cantidad de latinoamericanos que hoy no se conecta a Internet es el equivalente a sumar las poblaciones de Argentina, Honduras, Colombia y México: 230 millones, según cifras de los reguladores y de la GSMA. Un escándalo.

Me atreveré a plantear algunas reflexiones que, con base en nuestra experiencia y en un análisis de la evidencia reciente, pueden contribuir en esta discusión que seguramente da para muchísimo más.

Primero, que ni el espectro IMT lo es todo, ni las tecnologías móviles celulares son la única opción.

Si bien la mayor cantidad de usuarios que acceden a Internet lo hacen gracias al uso de las redes móviles (o redes celulares) mediante el uso de espectro IMT (bajo 3G, 4G, o 5G); estas tecnologías son sólo una de varias alternativas de conectividad que podrían permitirles a las personas acceder a Internet.

Gracias a la convergencia hacia redes IP, lo que enfrenta hoy la industria es la necesidad de contar con distintos tipos de redes que, de manera cableada o inalámbrica, permitan acceder a Internet luego, desde ahí, se desarrollaran otros elementos de inclusión y desarrollo socioeconómico.

Inclusive, en el horizonte hay otras opciones tecnológicas que pueden competir con o complementar las redes IMT tradicionales: los sistemas satelitales (LEO, por ejemplo), la comunicación satelital directa al equipo del usuario (Direct to Handset), los HAPS/HIBS, las redes comunitarias, además de las redes provistas por pequeños ISP. El futuro es convergente, pero, sobre todo, complementario.

Al final, lo que estamos encontrando, es un menú de opciones tecnológicas que posibilitan que los usuarios accedamos a Internet. Algunas de estas opciones requieren espectro pero otras no; por eso, ni el espectro IMT lo es todo, ni las redes móviles son la única opción. La clave está en la complementariedad y en la pertinencia de cada solución tecnológica. El norte siempre deber ser conectar a todos, de manera inclusiva y sostenible.

Segundo, que la conectividad debe pensarse desde el usuario: muchos problemas, muchas soluciones.

Esto se fundamenta en un patrón común en el diseño de políticas públicas de conectividad: pensarlas desde arriba y esperar que los resultados luego lleguen abajo; el tradicional diseño top-down. Los hacedores de políticas suelen asumir que las cosas que diseñan y piensan en sus escritorios, luego, ofrecen los resultados esperados; pero en la práctica las cosas están cambiando.

Cada vez es más importante incorporar elementos desde la parte más baja de la pirámide. En ese sentido, el enfoque bottom-up de las políticas públicas permite que la voz y las necesidades reales de los usuarios sean incorporadas en el diseño de las soluciones y las estrategias para poder maximizar los posibles retornos socioeconómicos.

Para ilustrar este punto podríamos pensar en una comunidad remota y rural, en donde por obra de alguna intervención (vía obligaciones de hacer) del Estado llegó un operador móvil a instalar una radiobase y prestar el servicio bajo la poderosa tecnología 5G. De arranque, es poco probable que los usuarios quieran cambiar hacia terminales compatibles.

En la práctica, quizá, con prestaciones de banda ancha móvil más básicas, tipo 4G, podrían satisfacer sus necesidades de conectividad. Si se hiciera un perfil de consumo (Mbps/usuario/entorno) se podría incentivar un ARPU que justifique el TCO de la radiobase. Lo cierto es que la correlación entre zonas remotas rurales desconectadas y las condiciones de pobreza suelen ser muy altas y 5G, al menos por un tiempo, requerirá equipos que resultan los más baratos del mercado, además de carecer de un caso de negocio claro para la región.

Dicho esto, el usuario debería ser parte activa de la política pública, pero también el Estado y el operador podrían focalizar sus esfuerzos de forma más eficiente y conseguir incrementar su tendido de fibra óptica en ciudades o lograr densificar sitios en lugares de interés económico. Al final, todos ganarían ya que se ampliaría la cobertura en zonas desatendidas bajo un esquema de costos racionales y se incentivaría la sofisticación de las redes en zonas donde el mercado lo justifica, sin dejar a nadie detrás.

Por este motivo es que, en Latinoamérica, frente a la gran cantidad de problemas existentes, se necesita pensar también en una gran cantidad de soluciones y la tecnología, que resuelve algunos problemas en la región amazónica del Perú quizá no sea la misma que se requiera en el perímetro semiurbano de Lima.

En tercer lugar, el valor de la tecnología está en lo que soluciona, no en lo que es.

Esta es, quizá, una de las recomendaciones que más comparto en todos los espacios en los que participo porque lo he tomado como un mantra de vida: la gente no quiere tecnología, quiere los beneficios que le ofrece la tecnología. Esta premisa, que en muchos casos parece obvia resulta ser la menos común y ha llevado a muchas empresas y gobiernos a fracasar en sus intentos por posicionar sus productos o programas. La tecnología ha moldeado las sociedades, pero también las sociedades le han dado forma a la tecnología y por eso hemos logrado avances exponenciales en todo tipo de áreas. Ahora bien, cuando entendemos el valor que la tecnología le va a agregar a las personas, o las soluciones que va a brindar,  podemos realizar diseños de políticas más pertinentes y efectivas.

En el caso de 5G debe evitarse caer en un sobredimensionamiento de los beneficios que dará al mercado, primero porque aún no hay evidencia suficiente que evidencie un mercado significativo en América Latina y, segundo, porque como se ha visto en otras latitudes, 5G ha retado varios marcos regulatorios y concepciones de mercado (a diferencia de 4G no hay una ruta clara para las inversiones, lo cual aumenta el riesgo frente al costo de capital de manera significativa).

Los hacedores de política deben procurar ser muy responsables en cuanto a las expectativas que ponen sobre 5G y entender que esta es una apuesta tecnológica de largo aliento, no una carrera contra reloj. Al final, lo que las personas necesitan es el beneficio que da la tecnología.

Finalmente, comparto las siguientes reflexiones en pro de contribuir en las discusiones para conectar a 230 millones de personas en Latinoamérica bajo condiciones justas.

  • En primer lugar, debemos modernizar la manera en que diseñamos las políticas públicas y la regulación, en general. Los datos son importantes, sí, pero también las costumbres, la voz de los usuarios y el entendimiento del contexto en el que se plantea la implementación de la política pública. Pretender tendidos de fibra óptica o sitios 5G en zonas donde no hay una evidente necesidad es una acción altamente nociva para la sostenibilidad de las comunicaciones.
  • Es fundamental tener un conocimiento amplio y suficiente de todos aquellos determinantes de la conectividad, por ejemplo, lo social, lo económico, lo jurídico, y lo técnico. Sólo así se podrán emplear criterios de pertinencia y sostenibilidad a las intervenciones y regulaciones que se produzcan. Tener claros los perfiles de uso, tendencias de consumo, el costo de producción ($/bit/Hz), permitirán que los telcos tengan margen de acción y puedan mantener rentabilidad mientras que conectan más y más usuarios.
  • De igual modo, es esencial entender las asimetrías presentes a lo largo de la región y encontrar la solución más costo-eficiente para que, sin dejar a nadie atrás, se pueda eliminar la brecha digital y por ende contribuir a reducir la pobreza y la desigualdad tan latente en la región. Las redes no terrestres van a estar presentes en todas las conversaciones de conectividad, pero la región parece estar pensando poco en esto.
  • La visión de largo plazo debe superar las presiones del momento. En Latinoamérica solemos carecer de visión de mediano y largo plazo en muchas de nuestras acciones, pero en casos de tan alto nivel de inversión como las tecnologías de conectividad es fundamental brindar certidumbre a todos los actores interesados: certeza en los permisos de espectro, valoración justa del espectro, rigor en la calidad de la prestación del servicio, confianza en los marcos institucionales. La región solo cosechará logros si logra mantener y atraer más inversión en tecnología.
Geusseppe González es Head of LATAM de Access Partnership. En su recorrido, fue subdirector de la Industria de las Comunicaciones del MinTIC de Colombia, asesor de la Agencia Nacional del Espectro (ANE) y del Regulador de Comunicaciones (CRC). Además, fue consultor de Digital Catapult y BMI Consulting, en Londres, y delegado oficial del gobierno colombiano en el Communication Infrastructure and Service Policy Working Party de la OCDE y en la CITEL para asuntos de IMT y espectro. Además, fue delegado técnico en la Conferencia Mundial de Radiocomunicaciones 2019. Recientemente, lideró la implementación del plan 5G, el plan de transición a nuevas tecnologías, el nuevo régimen satelital de Colombia y la gestión del espectro para tecnologías IMT y no IMT.

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